Decidida a buscar la ayuda de Tekove Poti y valiéndose de su lanza de guayubira, Arasy se adentró en la cueva del Salto Encantado. Con destreza y experiencia en el arte de escalar rocas afiladas y resbaladizas, logró penetrar en su interior. Fue en ese preciso instante cuando advirtió que dos luces color ámbar, encendidas como fuego la observaban desde la oscuridad. Firme, sostuvo su lanza y decidió enfrentar esta nueva amenaza.
—¿Así que tú eres la niña que ví en el río y que huyó cuando la luna desapareció? —dijo una voz serena.

Estupefacta, Arasy comprendió que la criatura acechándola desde la oscuridad no era otra que el yaguareté de la extraña marca. Aquel ser que todos temían encontrarse en sus vidas. Sin embargo, ella sintió algo distinto, algo que la conectaba de alguna forma con él.
—¡Nunca imaginé encontrarme contigo! —dijo Arasy— Pero no busco problemas, solo quiero la ayuda de Tekove Poti, solo él puede asistirme en la tarea de devolver la luna y su luz a estas tierras.
—¡No busques más! —respondió la bestia— Pues yo soy Tekove Poti. Y si me ayudas, juntos la recuperaremos.
Fue en ese momento que la imponente criatura guió a Arasy hasta lo más profundo de la cueva, donde descubrieron una pequeña roca redondeada con extraños grabados en sus facetas. Y entonces, algo inimaginable ocurrió: la piedra comenzó a brillar intermitentemente.
—¡Ahí está una parte de luz de la luna! —dijo Tekove Poti— y algo la ha aprisionado en su interior. Solo los seres cuyas almas están conectadas con esta tierra pueden romper su hechizo.
