Arasy decidió emprender un valiente viaje en busca del espíritu malévolo. Siguiendo las pistas dejadas por los ancianos de la aldea, se adentró en la densidad de la selva Iryapú, donde la oscuridad y los terrores acechaban. Tras enfrentar varios desafíos y superar peligros, Arasy llegó a un claro rodeado por imponentes palos rosa. Allí se encontró con la sombra oscura y aterradora del espíritu malévolo. En ese preciso momento, una criatura saltó desde la profusa vegetación con una marca de espiral en su frente: era el yaguareté.
—¡No temas Arasy! —dijo el yaguareté— ¡Enfrentaremos este mal juntos! Súbete a mi lomo y saltaremos tan alto que podrás sacar la piedra que llevas y hacerla brillar.

El espíritu se burló de ellos y desafío su determinación, pero Arasy, recordando las enseñanzas de los ancianos, comprendió que la clave para derrotar la amenaza era utilizar la esencia de la luna llena, concentrada en lo más profundo de su corazón. Guiada por su intuición, Arasy sacó una roca que llevaba consigo a todas partes y la levantó, apretándola con la fuerza de su corazón y el amor por su tierra. Sosteniéndose hacia el cielo, la piedra lanzó un fuerte destello. La esencia se fusionó con la luz de la luna, que finalmente volvió a brillar en todo su esplendor. El poder combinado de la luna y la fuerza selvática de Arasy envolvió al espíritu, debilitándose. La sombra oscura se desvaneció y la selva se libró de su maldición.
